por Selene Perdomo Chacón / 2015
Las procedencias no son condicionantes cuando se trata de la música, es uno de los territorios donde predomina un lenguaje divino previo a las lenguas humanas, donde la mística abre paso a aquello que define y proyecta al ser humano en la infinita magnitud de sus posibilidades.
Así ocurrió en la sala Jamboree, en un concierto de la cantante Lucrecia, el pianista cubano Ramon Valle y el percusionista alemán Nils Fischer. Un reencuentro magnético entre dos amigos músicos que se conocen desde sus estudios en la Escuela Nacional de Arte de Cuba, y la re- interpretación de temas que han formado parte de la banda sonora de varias generaciones, concebidos para este contexto con un temperamento jazzístico e intimista. Nils Fischer completó el triángulo, un interesante percusionista alemán muy respetado en Amsterdan, la misma ciudad donde reside Valle, de quien Chucho Valdés expresó que es “el talento más grande de la última generación de pianistas cubanos”
Estos tres vértices desplegaron en el escenario un equilibrio sorprendente, que dio lugar a una noche de revelaciones y sinestesia. El regreso del pianista Ramón Valle a la sala que le abrió las puertas de Europa y donde comenzó a proyectarse internacionalmente, después de 20 años se descorchó como un buen vino, acompañando con Nils, a una Lucrecia elegante y sutil.
Ramón Valle cree profundamente en la honestidad frente a la música, en dejar que la música tenga la última palabra, en permitir que todo fluya, sin esconderse detrás del cliché. En sus manos los elementos se funden buscando el equilibrio entre la locura y la forma en el centro de un óleo sonoro.
Estás imágenes corresponden al documental que estamos realizando en Papito Project, gracias a la complicidad de estos admirables artistas.
Fotos: Judith G. Tur